Por: Jorge Fava
"Los políticos
pueden ser arrastrados por la marea
de fondo de la lógica
militar. A medida que los
infortunados países se
aproximan al abismo, las
siniestras máquinas se
ponen en movimiento, y
poco a poco se vuelven
autónomas"
Winston Churchill
(Citado por Philippe
Delmas en su libro
"El Brillante
Porvenir de la Guerra ")
1.- Introducción
El general y teórico militar prusiano Karl von Clausewitz
(1780-1831), pretendió en su consagrada obra "De la Guerra " -escrita entre
los años 1818 y 1830- dotar a las intervenciones militares de un carácter
político que las elevara por sobre su misión específica de destrucción y
aniquilamiento físico y moral del enemigo, con el propósito de legitimar el uso
de la violencia bélica. Así, su especulación teórica de que "la guerra es
la continuación de la política por otros medios"[1]
se transformó en verdad rebelada para las escuelas de guerra de las diversas
naciones europeas, especialmente de aquellas que por su condición de potencias
mundiales, hacían uso y abuso de su fuerza militar.
"Vom
Kriege" (De la Guerra )
fue publicada después de su muerte como parte de una colección de diez
volúmenes que reunía sus obras completas bajo el título de "Hinterlassene
Werke uber Krieg und Kriegführung" (Berlín, 1832-1837), y dio origen a una
doctrina de la guerra en la cual ésta se transformaba en la prolongación de la
acción política del Estado-nación en la consumación del objetivo de
"imponer nuestra voluntad al enemigo".[2] Este principio,
universalmente aceptado, adquirió características de dogma y proyectó su
influencia hasta nuestros días.[3]
2.- La guerra como concepto político
Analicemos ahora a
donde nos conduce esta forma de pensar la guerra. En un lúcido artículo, el
historiador y ensayista Osvaldo Bayer, reflexionando sobre la violencia
terrorista, citaba la célebre frase de Clausewitz y advertía sobre la
inquietante posibilidad que, en línea con el razonamiento del teórico prusiano,
"alguien dijere como paráfrasis: 'el terrorismo es la continuación de la
guerra por otros medios'".[4] Partiendo de la
aceptación que, "por lo general, el terrorismo es la guerra del más débil
militarmente, o del sometido"[5], y que su criminal
práctica es moralmente inaceptable; el silogismo de Bayer, que con seguridad no
habrá de complacer a los profesores de las academias militares y a los
políticos de la "Realpolitik" -como él mismo lo reconoce-, tiene la
invalorable virtud de desnudar en toda su crudeza la peligrosa lógica aplicada
en la racionalización de esta doctrina.
A partir del
supuesto básico establecido por Clausewitz, según el cual la política no sólo
sobreviviría a la guerra, sino que incluso se realizaría a través de ella;
Bayer invierte la ecuación devolviendo a la guerra a su ámbito natural cuando
propone, "Hablemos sin eufemismos: la acción militar es un terrorismo con
cara legal".[6] La delimitación
precisa de dos campos no sólo distintos sino incluso opuestos: el de la guerra
y el de la política, o lo que sería lo mismo, el de la violencia, la
destrucción y la muerte, y el de la paz y la vida, es un necesario y sano
ejercicio intelectual que sirve para poner en claro la incompatibilidad entre
ambas concepciones y establecer una nueva perspectiva en el análisis sobre la
guerra. El traslado acrítico de conceptos propios de la acción militar a la
política no sólo puede resultar de dudosa validez teórica, sino que expone a
los pueblos a la comisión de desaciertos de imprevisibles consecuencias.
Devastación nuclear. Hiroshima, 1945 (foto AP). |
Otro estudioso que
abordó el tema fue el ensayista y filósofo José Pablo Feinmann, quien en su
libro sobre la violencia política arriba a la siguiente conclusión: "Creo
(y lo creo desde una posición que niega la esencialidad de la guerra) que
Clausewitz se equivoca. Que la guerra no es la continuidad de la política por
otros medios. Que la guerra es el fracaso de la política. Es la desaparición de
la política. O por decirlo más claramente: que la guerra es la sustitución de
la política por la barbarie, por el crimen, por la justificación de la
inhumanidad".[7] La política,
concebida como el arte de vivir juntos, es herramienta fundamental de la
democracia para la construcción de una convivencia pacífica entre personas,
clases, etnias y Estados.[8] Apartarse de este principio básico de la praxis
política, implica el absoluto abandono de la misma y el ingreso a ámbitos que
no les son propios.
En cuanto a la
legitimidad del "empleo universal de la violencia como medio para los
fines del estado",[9] principio que
define al militarismo, el filósofo Walter Benjamin señala que "El
significado de la distinción de la violencia en legítima e ilegítima no es
evidente sin más", y alerta sobre el especial cuidado que se debe tener de
no caer en el común equívoco de creer que "dicho significado consistiría
en la distinción entre violencia con fines justos e injustos".[10] Por lo ambiguo del
concepto y lo trágico de sus consecuencias, este fue y es un terreno en el que
en nombre de pretendidas "causas justas" se han cometido a lo largo
de la Historia
aberrantes crímenes contra la humanidad, muchos de ellos posteriormente
encubiertos bajo el manto cómplice de las "versiones oficiales" con
las que los vencedores suelen disfrazar sus propias vilezas. Eufemismos tales
como "uso de fuerza desproporcionada", "daños colaterales",
"excesos", "bajas tolerables", etc., son las mil variadas
formas que la muerte y el asesinato "legal" adquieren en la jerga
militar. Según quién sea el observador y los intereses que éste represente, la
perspectiva con la que juzgará la legitimidad de una determinada acción bélica,
podrá aparecer tan evidentemente justa a los ojos de unos, como
indiscutiblemente injusta a los de los otros. Como vemos, la complejidad del
tema exige una especial cautela a la hora de esbozar conceptos que se pretendan
definitivos. Pero no todo es relativo con respecto a la legitimidad de la
guerra, ya que por su propia naturaleza y efectos ella misma no lo es. Por la
devastación y el profundo horror que de ella resultan, la guerra es, para las
conciencias auténticamente democráticas, moralmente ilegítima, políticamente
inviable y no siempre inevitable.
3.- Consideraciones finales
Pasadas las dos
grandes guerras mundiales, una larga serie de sangrientos conflictos bélicos de
carácter diverso han hecho eclosión durante la segunda mitad del siglo que
acaba de culminar, con un saldo en víctimas no siempre suficientemente bien
conocido.[11] Según auguran los
expertos, muy probablemente dichos eventos seguirán predominando en la escena
mundial en los tiempos por venir, pero acrecentados en número y ferocidad.[12] Ante tan alarmante
pronóstico, y teniendo en cuenta que en razón de sus consecuencias, los
acontecimientos posibles se deben considerar reales -como el propio Clausewitz
lo recomienda-,[13] se torna entonces
impostergable una revisión crítica de algunos de los dogmas que han dominado el
pensamiento de los teóricos de la guerra, no para perfeccionarlos en letalidad,
sino con el objeto de dotarlos de los principios que mejor coadyuven a la tarea
de conjurar la posible concreción de tan perturbadora profecía.
Si la guerra
"es la expresión final de la imposibilidad de estar juntos",[14] y la destrucción y
la muerte su razón de ser; antitéticamente, la política construye su
acción desde el "nosotros" en
una búsqueda permanente de consensos a través del diálogo y la negociación para
la solución de controversias. La prevalecencia de una u otra marcará la
diferencia entre el aniquilamiento o la supervivencia de millones de vidas
humanas en un futuro tan cercano como el día de hoy.
* Este artículo
fue escrito en junio de 2001 y se publica aquí por primera vez.
[1] Clausewitz, Karl von: De la Guerra. NEED. Buenos
Aires, 1998. Pág. 41.
[2] Ibídem, pág. 18.
[3] Como
ejemplo de la vigencia y difusión de la obra de Clausewitz, baste decir que en
un breve repaso bibliográfico pudimos detectar cuatro reediciones de la misma
en cuatro diferentes idiomas entre los años 1980-1999. En alemán: Vom Kriege. Francfort del Meno. Berlín,
1980; en inglés: On War. Viking
Penguin. New York, 1988; en francés: De la Guerre.
Ivrea. París, 1989; y
en español: De la
Guerra. Idea Universitaria. Madrid, 1999.
[4] Los
Dos Terrorismos. Revista Acción, Nº 614. Buenos Aires, 2ª quincena de marzo de 1992. Pág. 3.
[5] Ibídem, pág. 3.
[6] Ibídem, pág. 3.
[7] La Sangre Derramada.
Ensayo sobre la
Violencia Política. Ariel. Buenos Aires, 1998. Pág. 309.
[8] El lingüista y escritor búlgaro-francés Tzvetan Todorov cita en su libro, Los Abusos de la Memoria, "una formulación de Plutarco según la cual la política se define como aquello que sustrae al odio su carácter eterno" (Ed. Paidós. Barcelona, 2000. Pág. 29).
[8] El lingüista y escritor búlgaro-francés Tzvetan Todorov cita en su libro, Los Abusos de la Memoria, "una formulación de Plutarco según la cual la política se define como aquello que sustrae al odio su carácter eterno" (Ed. Paidós. Barcelona, 2000. Pág. 29).
[9] Benjamin, Walter: Para una
Crítica de la
Violencia. Leviatán. Buenos Aires, 1995. Pág. 29.
[10] Ibídem, pág. 29.
[11]
Desde el fin de la Segunda
Guerra Mundial en 1945, el mundo ha sufrido entre 150 y 160
contiendas armadas y conflictos civiles, cuyo número de víctimas, sumados
soldados y civiles, llega a la escalofriante
cifra de 33 a 40 millones de personas, sin contar heridos ni desplazados
(Toffler, Alvin y Heidi: Las Guerras del Futuro. La supervivencia en el alba
del siglo XXI. Plaza & Janés. Barcelona, 1994. Pág. 29). La concreción de
una serie de nuevas guerras, posteriores a la fecha de edición del mencionado
libro, ha contribuido a incrementar la cifra de muertos aportada por los
autores.
[12] Delmas, Philippe: El
Brillante Porvenir de la
Guerra. Andrés Bello. Santiago de Chile, 1996.
[13] Ob. cit., pág. 161.
[14] Delmas, Philippe: ob. cit., pág. 22.
CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:
02/la-doctrina-clausewitz-una-logica.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].