jueves, 6 de febrero de 2014

País Vasco: el largo camino hacia la paz*



Por: Jorge Fava


“Hay una esfera hasta tal punto no violenta de
entendimiento humano que es por completo
inaccesible a la violencia: la verdadera y propia
esfera del ‘entenderse’, la lengua”.
Walter Benjamin.
Para una Crítica de la Violencia



1.- Introducción

El fin de la tregua decretado por la guerrilla separatista vasta Euskadi ta Askatasuna (Patria Vasca y Libertad-ETA) a partir del 3 de diciembre de 1999, luego de catorce meses de duración, significó para la sociedad vasca y española una no deseada vuelta atrás en su historia reciente, un regreso estremecido al temido reino de la violencia terrorista.

El 16 de septiembre de 1998, ETA había proclamado un alto el fuego “unilateral, indefinido e incondicional”, que se hizo efectivo a partir del día siguiente, como producto de las negociaciones secretas que en agosto de ese año se habían llevado a cabo entre las fuerzas del nacionalismo vasco moderado (Partido Nacionalista Vasco y Eusko Alkartasuna) y radical (Herri Batasuna, brazo político de ETA). Dichas negociaciones constituyeron la base de la Declaración de Lizarra (también conocida como Pacto de Estella), firmada el 12 de septiembre de 1998 por 23 entidades del campo político, sindical y social vasco, entre ellas las ya mencionadas PNV, EA y HB, y la coalición Izquierda Unida (IU). Allí se preveían dos fases para el desarrollo del proceso de pacificación de Euskadi.[1] En la primera se evitaría imponer plazos y condiciones para que las partes se sentaran a una mesa de “diálogo y negociación”, propiciando, simultáneamente, “conversaciones multilaterales para los agentes implicados a fin de que el diálogo pueda producirse”. En la segunda fase, de carácter “resolutorio”, se abordarían “las causas del conflicto”, la que deberá llevarse a cabo “en unas condiciones de ausencia permanente de todas las expresiones de violencia”.[2]

En mayo de 1999, delegados del gobierno y de ETA mantuvieron contactos secretos en Zurich, Suiza, en los cuales ambas partes mostraron posiciones muy distantes. Para finales de agosto, el diálogo estaba roto y la guerrilla independentista advertía al gobierno que “o se concluye el proceso emprendido o se pudre”.[3]

Tres meses después, en un comunicado emitido el 28 de noviembre de 1999, ETA denunciaba que en la Declaración de Lizarra se había asumido el compromiso de “construir una estructura institucional única y soberana para el País Vasco”, pero que los nacionalistas moderados “cambiaron el contenido de lo firmado” para imponer sus “intereses partidistas”. En el mismo documento acusaban también a los Estados español y francés -especialmente al primero-, de llevar adelante una permanente campaña de sabotaje al proceso de paz y de represión contra los miembros de ETA, por lo que la organización separatista vasca hacia saber que había “tomado la decisión de reactivar la lucha armada”.[4]

2.- El riesgo de la paz

Según el politólogo estadounidense Marc Howard Ross, del Bryn Mawr College, “los conflictos se enconan más o menos no por el valor que tenga la cosa por la que se luche, sino por la importancia psicológica que tenga el perder o ganar”.[5] ¿Es esta reflexión aplicable al caso vasco? ¿Los largos años que lleva ya el conflicto y la nueva realidad política mundial, pueden finalmente haber reducido esta guerra separatista a una simple cuestión psicológica mal evaluada? Muy probablemente esta no sea una argumentación suficiente para explicar, por ejemplo, el regreso de la violencia etarra ni los persistentes fracasos en las negociaciones de paz. Las causas estructurales siguen jugando aquí un papel principal, pero como el propio Profesor Ross lo reconoce, la exactitud del enfoque estructural no invalida necesariamente las observaciones psicoculturales. Ambas ofrecen contestaciones parciales, pero al mismo tiempo complementarias. Este abordaje teórico habrá de ser tenido en cuenta cuando se pretenda  explorar caminos alternativos que conduzcan a una paz posible en el País Vasco, ya que, como se ha podido observar en el proceso de pacificación de Irlanda del Norte, a la hora de proceder al decomiso de sus armas, la guerrilla separatista católica del Irish Republican Army (IRA), solicitó expresamente que el trámite fuera privado y secreto para que no sea visto como “una rendición incondicional”.[6]

Pero la construcción de un consenso básico para que la paz prospere, necesita que todas las partes involucradas estén dispuestas a afrontar ciertas contingencias que la propia dinámica de una negociación tan compleja les impone. A esta propensión los separatistas norirlandeses la han denominado “el riesgo de la paz”, el que debe ser asumido con el único y expreso propósito de lograr una mínima confianza mutua que permita que el diálogo tenga lugar. Para David Irvine, ex guerrillero protestante y hoy líder del Partido Progresista del Ulster (UPP), “la primera cuestión en un conflicto es reconocer la legitimidad del enemigo. No porque uno lo quiera, desee o deba, sino porque es así”.[7] Algunos de estos principios, como vimos, estaban presentes en el espíritu del Pacto de Lizarra, pero la ausencia en el mismo de una representación del gobierno español y de los llamados partidos “españolistas”, el oficialista Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), constituyó su talón de Aquiles.  Eximidos de asumir responsabilidades públicas y directas con respecto al éxito o fracaso de los compromisos que allí se suscribieron, y anclados en el argumento de que el único marco jurídico e institucional válido para la comunidad autónoma vasca es el que emana de la Constitución de 1978 y del Estatuto del 25 de octubre de 1979, permitieron que la iniciativa naufragara, dejando en offside a las fuerzas políticas del nacionalismo vasco moderado que habían decidido correr “el riesgo de la paz”.

Debería ser asignatura aprendida que entre la identificación agresiva y la represión a ultranza, sólo puede germinar la violencia,[8] y que es imprescindible romper con esta dialéctica de la intemperancia para generar las bases del diálogo. Pero ni ETA ni el Ejecutivo central empeñaron todas sus fuerzas durante el alto el fuego en pos de consolidar los escasos contactos negociadores. De los 438 días que duró la tregua, si bien la guerrilla vasca no apeló a las armas, se produjeron 422 atentados de la “kale borroka” (lucha callejera) llevados a cabo por los grupos juveniles afines a ETA; mientras que por su parte, el gobierno español, siguiendo la “estrategia kissingeriana de negociar al borde del abismo”,[9] demoró injustificadamente el traslado de los presos vascos a cárceles de Euskadi y continuó con la persecución activa de los integrantes de la organización separatista.

3.- Consideraciones finales

Con la sensación de que se había desaprovechado una oportunidad histórica para la paz, el futuro del País Vasco aparecía incierto y lleno de asechanzas.

La temida posibilidad de que ETA reiniciara sus acciones armadas inmediatamente después del fin de la tregua, se vio suplida por un inquietante silencio de radio durante el cual, en nuestra opinión, la Dirección de la guerrilla vasca congeló las operaciones previstas con el objeto de evaluar el impacto de su anuncio. Por su lado, y contrariamente a lo que podía esperarse, el gobierno español no buscó reactivar los débiles hilos de negociación con la organización independentista, sino que, simplemente, se limitó a tomar todas las medidas de seguridad necesarias ante la amenaza del regreso de la violencia etarra.

Finalmente, el 21 de enero de 2000, los peores pronósticos se hicieron realidad: ETA asesinó en Madrid, luego de 19 meses sin violencia,[10] a un teniente coronel del Ejército.[11] Este atentado hace presagiar la definitiva caída del proceso de paz y el retorno del conflicto a sus modalidades más sangrientas.

Ante esta alternativa, será responsabilidad de todas las fuerzas democráticas del país  -españolas y vascas-, superar las posiciones maximalistas y relanzar el proceso de pacificación sobre bases realistas y de auténtico compromiso de diálogo. Con tal propósito, ETA debería revisar su estrategia de construcción nacional, sus métodos y sus tiempos; así como el gobierno español y los partidos “constitucionalistas”, tendrían que encarar con seriedad la posibilidad de reformular el estatuto de autonomía vigente para la comunidad vasca.

Es crucial para el País Vasco y España toda, que en este ajedrez la paz no sea una pieza perdida.



* Publicado en la revista Tesis 11 Internacional. N° 51. Buenos Aires, marzo-abril 2000. Págs. 22 y 23.
[1] Fue el ideólogo y fundador del Partido Nacionalista Vasco (PNV), Sabino Arana Goiri, quien empleó por primera vez esta denominación para el País Vasco, la que luego se volvió de uso corriente.
[2] Diario Clarín. Buenos Aires, 13/09/1998.
[3] Diario Clarín. Buenos Aires, 30/08/1999.
[4] Diario Clarín. Buenos Aires, 29/11/1999.
[5] La Cultura del Conflicto. Las Diferencias Interculturales en la Práctica de la Violencia. Buenos Aires, 1995. Pág. 19.
[6] Diario Clarín. Buenos Aires, 03/12/1999.
[7] Diario Clarín. Buenos Aires, 01/12/1999.
[8] Ross, Marc: ob. cit., pág. 93.
[9] Vázquez Montalbán, Manuel: Entre el Terrorismo y la Razón de Estado. Diario Página/12. Buenos Aires, 12/12/1999.
[10] ETA no mataba desde el 25 de junio de 1998, cuando asesinó en Rentería, País Vasco, a un concejal del Partido Popular (PP).
[11] Diario Página/12. Buenos Aires, 22/01/2000.


CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:

FAVA, Jorge: 2014 [2000], “País Vasco: el largo camino hacia la paz”. Disponible en línea:<www.larevolucionseminal.blogspot.com.ar/
2014/02/pais-vasco-el-largo-camino-hacia-la-paz.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].