Por: Jorge Fava
“Hay una esfera hasta
tal punto no violenta de
entendimiento humano
que es por completo
inaccesible a la
violencia: la verdadera y propia
esfera del
‘entenderse’, la lengua”.
Walter Benjamin.
Para una Crítica de la Violencia
1.- Introducción
El fin de la tregua decretado por la guerrilla separatista
vasta Euskadi ta Askatasuna (Patria Vasca y Libertad-ETA) a partir del 3 de
diciembre de 1999, luego de catorce meses de duración, significó para la
sociedad vasca y española una no deseada vuelta atrás en su historia reciente,
un regreso estremecido al temido reino de la violencia terrorista.
El 16 de
septiembre de 1998, ETA había proclamado un alto el fuego “unilateral,
indefinido e incondicional”, que se hizo efectivo a partir del día siguiente,
como producto de las negociaciones secretas que en agosto de ese año se habían
llevado a cabo entre las fuerzas del nacionalismo vasco moderado (Partido
Nacionalista Vasco y Eusko Alkartasuna) y radical (Herri Batasuna, brazo
político de ETA). Dichas negociaciones constituyeron la base de la Declaración de Lizarra
(también conocida como Pacto de Estella), firmada el 12 de septiembre de 1998
por 23 entidades del campo político, sindical y social vasco, entre ellas las
ya mencionadas PNV, EA y HB, y la coalición Izquierda Unida (IU). Allí se
preveían dos fases para el desarrollo del proceso de pacificación de Euskadi.[1] En la primera se
evitaría imponer plazos y condiciones para que las partes se sentaran a una
mesa de “diálogo y negociación”, propiciando, simultáneamente, “conversaciones
multilaterales para los agentes implicados a fin de que el diálogo pueda
producirse”. En la segunda fase, de carácter “resolutorio”, se abordarían “las
causas del conflicto”, la que deberá llevarse a cabo “en unas condiciones de
ausencia permanente de todas las expresiones de violencia”.[2]
En mayo de 1999,
delegados del gobierno y de ETA mantuvieron contactos secretos en Zurich,
Suiza, en los cuales ambas partes mostraron posiciones muy distantes. Para
finales de agosto, el diálogo estaba roto y la guerrilla independentista
advertía al gobierno que “o se concluye el proceso emprendido o se pudre”.[3]
Tres meses
después, en un comunicado emitido el 28 de noviembre de 1999, ETA denunciaba
que en la Declaración
de Lizarra se había asumido el compromiso de “construir una estructura
institucional única y soberana para el País Vasco”, pero que los nacionalistas
moderados “cambiaron el contenido de lo firmado” para imponer sus “intereses
partidistas”. En el mismo documento acusaban también a los Estados español y
francés -especialmente al primero-, de llevar adelante una permanente campaña
de sabotaje al proceso de paz y de represión contra los miembros de ETA, por lo
que la organización separatista vasca hacia saber que había “tomado la decisión
de reactivar la lucha armada”.[4]
2.- El riesgo de la paz
Según el
politólogo estadounidense Marc Howard Ross, del Bryn Mawr College, “los
conflictos se enconan más o menos no por el valor que tenga la cosa por la que
se luche, sino por la importancia psicológica que tenga el perder o ganar”.[5] ¿Es esta reflexión
aplicable al caso vasco? ¿Los largos años que lleva ya el conflicto y la nueva
realidad política mundial, pueden finalmente haber reducido esta guerra
separatista a una simple cuestión psicológica mal evaluada? Muy probablemente
esta no sea una argumentación suficiente para explicar, por ejemplo, el regreso
de la violencia etarra ni los persistentes fracasos en las negociaciones de
paz. Las causas estructurales siguen jugando aquí un papel principal, pero como
el propio Profesor Ross lo reconoce, la exactitud del enfoque estructural no
invalida necesariamente las observaciones psicoculturales. Ambas ofrecen
contestaciones parciales, pero al mismo tiempo complementarias. Este abordaje
teórico habrá de ser tenido en cuenta cuando se pretenda explorar caminos alternativos que conduzcan a
una paz posible en el País Vasco, ya que, como se ha podido observar en el
proceso de pacificación de Irlanda del Norte, a la hora de proceder al decomiso
de sus armas, la guerrilla separatista católica del Irish Republican Army
(IRA), solicitó expresamente que el trámite fuera privado y secreto para que no
sea visto como “una rendición incondicional”.[6]
Pero la
construcción de un consenso básico para que la paz prospere, necesita que todas
las partes involucradas estén dispuestas a afrontar ciertas contingencias que
la propia dinámica de una negociación tan compleja les impone. A esta propensión
los separatistas norirlandeses la han denominado “el riesgo de la paz”, el que
debe ser asumido con el único y expreso propósito de lograr una mínima
confianza mutua que permita que el diálogo tenga lugar. Para David Irvine, ex
guerrillero protestante y hoy líder del Partido Progresista del Ulster (UPP),
“la primera cuestión en un conflicto es reconocer la legitimidad del enemigo.
No porque uno lo quiera, desee o deba, sino porque es así”.[7]
Algunos de estos principios, como vimos, estaban presentes en el espíritu del
Pacto de Lizarra, pero la ausencia en el mismo de una representación del
gobierno español y de los llamados partidos “españolistas”, el oficialista
Partido Popular (PP) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), constituyó
su talón de Aquiles. Eximidos de asumir
responsabilidades públicas y directas con respecto al éxito o fracaso de los
compromisos que allí se suscribieron, y anclados en el argumento de que el
único marco jurídico e institucional válido para la comunidad autónoma vasca es
el que emana de la
Constitución de 1978 y del Estatuto del 25 de octubre de
1979, permitieron que la iniciativa naufragara, dejando en offside a las fuerzas políticas del nacionalismo vasco moderado que
habían decidido correr “el riesgo de la paz”.
Debería ser
asignatura aprendida que entre la identificación agresiva y la represión a
ultranza, sólo puede germinar la violencia,[8] y que es
imprescindible romper con esta dialéctica de la intemperancia para generar las
bases del diálogo. Pero ni ETA ni el Ejecutivo central empeñaron todas sus
fuerzas durante el alto el fuego en pos de consolidar los escasos contactos
negociadores. De los 438 días que duró la tregua, si bien la guerrilla vasca no
apeló a las armas, se produjeron 422 atentados de la “kale borroka” (lucha
callejera) llevados a cabo por los grupos juveniles afines a ETA; mientras que
por su parte, el gobierno español, siguiendo la “estrategia kissingeriana de
negociar al borde del abismo”,[9] demoró
injustificadamente el traslado de los presos vascos a cárceles de Euskadi y
continuó con la persecución activa de los integrantes de la organización
separatista.
3.- Consideraciones finales
Con la sensación
de que se había desaprovechado una oportunidad histórica para la paz, el futuro
del País Vasco aparecía incierto y lleno de asechanzas.
La temida
posibilidad de que ETA reiniciara sus acciones armadas inmediatamente después
del fin de la tregua, se vio suplida por un inquietante silencio de radio
durante el cual, en nuestra opinión, la Dirección de la guerrilla vasca congeló las
operaciones previstas con el objeto de evaluar el impacto de su anuncio. Por su
lado, y contrariamente a lo que podía esperarse, el gobierno español no buscó
reactivar los débiles hilos de negociación con la organización independentista,
sino que, simplemente, se limitó a tomar todas las medidas de seguridad
necesarias ante la amenaza del regreso de la violencia etarra.
Finalmente, el 21
de enero de 2000, los peores pronósticos se hicieron realidad: ETA asesinó en Madrid,
luego de 19 meses sin violencia,[10] a un teniente
coronel del Ejército.[11] Este atentado hace
presagiar la definitiva caída del proceso de paz y el retorno del conflicto a
sus modalidades más sangrientas.
Ante esta
alternativa, será responsabilidad de todas las fuerzas democráticas del
país -españolas y vascas-, superar las
posiciones maximalistas y relanzar el proceso de pacificación sobre bases
realistas y de auténtico compromiso de diálogo. Con tal propósito, ETA debería
revisar su estrategia de construcción nacional, sus métodos y sus tiempos; así
como el gobierno español y los partidos “constitucionalistas”, tendrían que
encarar con seriedad la posibilidad de reformular el estatuto de autonomía
vigente para la comunidad vasca.
Es crucial para el
País Vasco y España toda, que en este ajedrez la paz no sea una pieza perdida.
* Publicado en
la revista Tesis 11 Internacional. N°
51. Buenos Aires, marzo-abril 2000. Págs. 22 y 23.
[1] Fue
el ideólogo y fundador del Partido Nacionalista Vasco (PNV), Sabino Arana
Goiri, quien empleó por primera vez esta denominación para el País Vasco, la
que luego se volvió de uso corriente.
[2] Diario Clarín. Buenos
Aires, 13/09/1998.
[3] Diario Clarín. Buenos
Aires, 30/08/1999.
[4] Diario Clarín. Buenos
Aires, 29/11/1999.
[5] La Cultura del Conflicto. Las
Diferencias Interculturales en la
Práctica de la Violencia. Buenos Aires, 1995. Pág. 19.
[6] Diario Clarín. Buenos
Aires, 03/12/1999.
[7] Diario Clarín. Buenos
Aires, 01/12/1999.
[8] Ross, Marc: ob. cit., pág. 93.
[9]
Vázquez Montalbán, Manuel: Entre el Terrorismo y la Razón de Estado. Diario
Página/12. Buenos Aires, 12/12/1999.
[10] ETA
no mataba desde el 25 de junio de 1998, cuando asesinó en Rentería, País Vasco,
a un concejal del Partido Popular (PP).
[11] Diario Página/12. Buenos
Aires, 22/01/2000.
CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:
FAVA,
Jorge: 2014 [2000], “País Vasco: el largo camino hacia la paz ”. Disponible en línea:<www.larevolucionseminal.blogspot.com.ar/
2014/02/pais-vasco-el-largo-camino-hacia-la-paz.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].
2014/02/pais-vasco-el-largo-camino-hacia-la-paz.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].