viernes, 2 de octubre de 2015

El regreso de Inkarrí*


Por: Jorge Fava


"La sangre de Inkarrí está viva al fondo
de nuestra Madre Tierra. Se dice que
llegará el día que su cabeza, su sangre y
su cuerpo se junten. Ese día amanecerá en
las sombras, y los reptiles volarán".
Un campesino indígena de los Andes
(Citado por Simón Strong en su libro
“Sendero Luminoso”, 1993)



1.- Introducción

La región andina, antiguo territorio del Tawantinsuyo[1] inca, suele ser el escenario en el que se desarrollan periódicas convulsiones de origen étnico y social, como producto de las protestas que tienen como protagonistas esenciales a las organizaciones campesinas indígenas, tanto ecuatorianas como bolivianas. Estas agrupaciones han demostrado en los últimos tiempos una sólida capacidad de organización y movilización, y un importante capital político al que los partidos tradicionales aún no han podido acceder.

En Ecuador, un país permanentemente asediado por el fantasma de la insurrección popular, el 21 y 22 de enero de 2000 miles de campesinos indígenas[2], movilizados por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE),[3] tomaron Quito e iniciaron una revuelta popular que provocó la caída del presidente Jamil Mahuad. En aquella oportunidad, la organización indígena, liderada por Antonio Vargas y aliada con sectores medios de la oficialidad del ejército ecuatoriano, intentó el desplazamiento del gobierno y el reemplazo de éste por una Junta de Salvación Nacional, la que habría de estar integrada por un coronel, un sacerdote y un representante de la organización indígena. Con la radicalización de la protesta, y luego de la toma del Congreso y la Corte Suprema de Justicia por parte de los indígenas, la constitución de la Junta de Salvación comenzó a materializarse. La jerarquía de la Iglesia declinó el ofrecimiento para ocupar un lugar en el triunvirato en formación y fue reemplazada por el ex presidente de la Corte Suprema de Justicia Carlos Solórzano, mientras que en representación de los militares asumió el coronel Lucio Gutiérrez,[4] con la secreta anuencia del ministro de Defensa y jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas del Ecuador, el general Carlos Mendoza. El espacio destinado a los pueblos indígenas fue ocupado por Antonio Vargas, completando así la terna que habría de fungir como nuevo ejecutivo de Ecuador. Pero la política de alianzas que desde un comienzo tejió la dirigencia de la CONAIE, pecó de ingenua y el statu quo quedó a salvo. Apenas tres horas después de constituida la Junta, y de resultas de las presiones internacionales, las intensas negociaciones internas, y la traición -según lo denunció el propio Vargas- del general Carlos Mendoza, quién -como se dijo- inicialmente había apoyado al triunvirato y luego cambió su posición: Mahuad fue sustituido por el vicepresidente Gustavo Noboa, los militares le retiraron el apoyo a la movilización y los indígenas debieron marcharse con las manos vacías, no sin antes advertir que regresarían.

Insurrección indígena y popular en Quito, Ecuador, 2000 (foto: oocities.org).

En Bolivia, en un marco de exclusión y pobreza generalizada, la rebelión indígena[5] y popular comenzó el 3 de abril con el bloqueo de las principales rutas del país por parte de campesinos aymaras y quechuas agrupados en la Central Sindical Unica de Trabajadores Campesinos Bolivianos (CSUTCB), dirigida por Felipe Quispe Huanca, un ex guerrillero que a comienzos de la década de 1990 integró, junto a los hermanos García Linera, la dirección del Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK).  Posteriormente, una masiva movilización social tomó la ciudad de Cochabamba en protesta por el fuerte aumento de las tarifas del agua aplicado por la empresa prestadora del servicio, recientemente privatizada. Cinco días después, la protesta se había extendiendo a otras ciudades del occidente boliviano y se le habían sumado los campesinos cocaleros, los docentes y los estudiantes universitarios. El gobierno de Hugo Banzer respondió declarando el estado de sitio y sacando las tropas del ejército a la calle, lo que contribuyó a un incremento de la tensión social y a una multiplicación de los enfrentamientos. El día diez, la Central Obrera Boliviana (COB) convocó a un paro nacional por 24 horas, en "contra del estado de sitio, por el cese de la violencia y la masacre de los campesinos (aymaras) en Achacachi, Sica Sica, Lahuachaca, Patacamaya y en los demás caminos, ciudades y comunidades rurales",[6] a manos del ejército. A esa altura de los acontecimientos, los principales dirigentes sindicales de Cochabamba ya habían sido sacados del medio y confinados en el departamento amazónico del Beni, vecino a la frontera con el Brasil.

Esta espiral de violencia, cuyo saldo fue de seis personas muertas y decenas de heridos, encontró su fin el 20 de abril cuando el gobierno, debilitado por la decidida resistencia de los manifestantes y la acumulación de sus propios errores, aceptó prácticamente todas las demandas que las distintas organizaciones, tanto populares como indígenas, le planteaban y levantó el estado de sitio.

No obstante la paz lograda, la profundidad de la crisis y la evidente imposibilidad por parte del gobierno de cumplir con todos los compromisos contraídos, le da a este acuerdo un cierto sabor a impasse.

2.- Las causas de un conflicto secular

Exponiendo sobre el carácter intrincado de estos fenómenos, el sociólogo mexicano Rodolfo Stavenhagen afirmaba que "Las relaciones entre el poder central y sus componentes sociales, culturales y territoriales pueden ser multifacéticas y complejas, todo ello como resultado de los vaivenes de la historia, la dinámica cultural, la heterogeneidad de la población, las ideologías dominantes, la concentración y/o arbitrariedad del poder político, la capacidad de movilización y resistencia de los grupos subordinados, las desigualdades económicas y sociales, la discriminación y marginación de algunos, el grado de libertades individuales y la vigencia de los derechos humanos, la posibilidad real de resolver conflictos y tensiones en forma pacífica, y de un sinfín de otros factores y elementos coyunturales que suelen presentarse".[7] En los casos de las naciones andinas que nos ocupan, observamos que, simultáneamente con los reclamos por las altas tasas de desempleo, los superlativos aumentos de tarifas de los servicios privatizados, la dolarización de la economía, los bajos salarios, la erradicación de cultivos ilegales, los magros presupuestos universitarios, etc., casi siempre analizados a la luz de la resistencia que generan las regresivas políticas económicas neoliberales aplicadas en los países latinoamericanos; coexisten otras causas más profundas y complejas. A diferencia de las arriba consideradas, éstas no tienen un carácter coyuntural sino que son la resultante de una secular sobrecarga de tensiones entre las diversas identidades históricas que conforman el substrato de la nacionalidad boliviana y ecuatoriana, y el modelo hegemónico estatal que las excluye o ignora.

Algunos especialistas prefieren explicar estas convulsiones como fruto de la ausencia de Estado y por ende de políticas de contención y desarrollo social en amplios sectores de la población. El sociólogo y mayor del Ejército boliviano, Juan Ramón Quintana, suscribe a esta tesis, y sostiene que "lo que vemos es la acumulación en un mismo momento de un montón de conflictos que los Estados dejaron sin resolver desde hace dos siglos", y luego agrega, "el impacto de la crisis económica está haciendo que floten con mayor intensidad los conflictos étnicos".[8] Si bien coincidimos con la apreciación sobre el rol del factor económico como disparador de los acontecimientos descriptos al comienzo de este artículo, en nuestra opinión, la naturaleza de la cuestión andina no estaría tan directamente relacionada con la "ausencia", sino con la "ilegitimidad" del Estado. La existencia de una antigua fractura étnica que atraviesa toda la estructura social de estos países y en cuya frontera friccionan dos mundos antagónicos, es la consecuencia directa de los procesos de conquista y explotación colonial y neocolonial, y los infecundos intentos de integración social realizados durante la etapa "republicana", cuya base de "legalidad" era la fuerza y no el derecho. El peso que en términos demográficos, económicos y políticos los pueblos indígenas representan, tanto en Ecuador como en Bolivia, no se ve reflejado en la distribución de las riquezas ni en las cuotas de poder a las que se les permite acceder -ambas en manos de una minoría occidentalizada-. Este fraude histórico ha ocasionado que los Estados nacionales enfrenten serios problemas de legitimidad y su autoridad sea permanentemente cuestionada en las regiones con fuerte presencia indígena, sirviéndoles, incluso, de sustento moral a su pretensión de compartir el poder, tal como se vio en la rebelión de enero en Ecuador.

3.- La profecía

La profunda conmoción que en los pueblos indígenas causó el vuelco dado por el mundo andino como consecuencia de la conquista española y la imperiosa necesidad de explicar las aceleradas transformaciones resultantes del nuevo orden, dio origen al relato mítico-simbólico quechua de Inkarrí. Este personaje quimérico, asociado con la serpiente, simbolizaba el espíritu del Tawantinsuyo, el que, una vez derrotado por los españoles, se refugió en el inframundo llevándose consigo el viejo orden y las riquezas del imperio desaparecido. Dice la profecía que cuando las partes en que fue dividido Inkarrí se reúnan bajo la Tierra, el mundo será restituido a sus antiguos dueños.

Al igual que en este mito mesiánico, la fuerza de la incipiente unidad de los pueblos indígenas, por siglos dormida en sus fragmentadas conciencias, ha mostrado un poder de transformación (de "restitución" en términos mitológicos) capaz de conmover los cimientos del orden instituido en los Andes desde la Colonia. Esta analogía es útil a los efectos de ilustrar el histórico antagonismo social y cultural subyacente entre los pueblos andinos autóctonos y el Estado nacional, y sus indestructibles esperanzas de liberación.



* Publicado en la revista Tesis 11 Internacional Nº 53. Buenos Aires, julio/agosto 2000. Págs. 24-26. Revisado para la presente publicación.
[1] Nombre que se le daba al imperio y que significa "las cuatro regiones del mundo".
[2] Según datos del Instituto Indigenista Interamericano (1990), los indígenas en Ecuador representan el 43% del total de la población.
[3] Creada en 1986, brega por los derechos de los pueblos indígenas y el reconocimiento del Ecuador como un país multiétnico y pluricultural.
[4] Ex edecán del ex presidente populista Abdalá Bucaram, destituido en 1997.
[5] El peso relativo de la población indígena en Bolivia es del 71% sobre el total nacional, según censo citado.
[6] Diario Clarín, Buenos Aires, 11/04/2000.
[7] Hacia el Derecho de Autonomía en México. En: Burguete Cal y Mayor, Aracely (coord.). México: Experiencias de Autonomía Indígena. Documento IWGIA Nº 28. Copenhague, 1999. Pág. 7.
[8] Diario Página/12. Buenos Aires, 30/01/2000.


CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:

FAVA, Jorge: 2015 [2000], “El regreso de Inkarrí”. Disponible en línea: <www.larevolucionseminal.blogspot.com.ar/2015/10/el-regreso-de-inkarri.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].